Tuesday, October 17, 2006



JJ. GUZMAN ABELLA *
EN SU DELIRIO

Si se queda quieta en una esquina
el propio olor de su piel
llama la náusea y las moscas
se arremolinan en torno
a la masa que en otros tiempos
fuera su cabellera.

Si llueve o hace sol
es bueno caminar,
ir de un lado a otro,
de una a otra orilla de la ciudad
en busca de una moneda,
una caricia o una bofetada
extraviada en el alboroto del tráfico.

Si la policía viene,
si el hambre me rompe las tripas,
si un guache me saca de la acera
o del hueco donde me quedo
llamando las moscas
a arrullar mi sueño,
voy a caminar bajo los aleros,
pegada a la pared,
y veré a los transeúntes
haciendo camino de honor,
sólo para mí.
BENDITA INTEMPERIE

Mis párpados se abren y vuelven a cerrarse
mientras la pupila
se acostumbra a la luz del día.
Respiro la niebla del bosque.
Durante el sueño mi cuerpo
se fundió a la baldosa del andén.
Escucho a mis manos,
pero no quiero moverlas.
Respiro el verde clorofila de la mañana.

Es el comienzo de siempre.
El ruido de los motores, el final de la calma.
Las puertas se abren y se cierran,
los niños salen rumbo al colegio.
Después, la señora de la casa verde
barre la hojarasca de su antejardín
y pone las sobras de arroz en la palomera.
Yo me apresuro a llegar antes que los pájaros.

Las puertas se cierran,
las voces llegan de lejos.
Me quedo entre la orilla de asfalto
y el rumor del bosque.
Respiro el aire fétido de la cañada que arrastra
las miserias de las casas altas.
El sol evapora el silencio de la mañana,
es el comienzo de siempre,
mi pupila se acostumbra.
INTEMPERIE ADENTRO

Si dejara de lamer mis heridas
las moscas posarían infinitas larvas
y vería crecer la sombra,
y el cielo sería un zumbido,
un murmullo
suspendido en mitad del día.

Si llegara al final de esta calle olvidada
podría despertar el recuerdo
de la pequeña piedra
que deambula desde siempre
en el zapato izquierdo.

Pero no se va ninguna parte
cuando el día se detiene
y nos quedamos tirados
en mitad de la vía
aguardando una señal, un gesto
de algo o alguien que no llega.

Como era en un principio,
es un alivio encender el fuego,
un consuelo efímero
para quien cierra los párpados
pero no puede abandonarse
a la plácida inconciencia del sueño.
LABERINTO INTERIOR

La ciudad tiene recovecos,
callejuelas estrechas,
donde abundan las cantinas,
residencias de mala muerte y gente,
gente condenada al fracaso.
Muchachas de quince cuyos ojos
hablan de incontables noches de insomnio
dedicadas a la filigrana
de un cigarrillo de bazuco.
Muchachas de piel macerada
que duermen mal en las mañanas
y al medio día
comienzan a deambular las aceras de siempre
con la angustia tatuada en el verdor de la piel.
Muchachas que tienen aprendida
la sonrisa de la seducción
y ofrecen una mano de uñas mordidas
al desconocido que trueca una caricia,
una felación o un acto sodomita
por unos cuantos pesos.

Gente insomne que rehuye el barullo
de avisos luminosos y calles limpias
para sumergirse en un escenario de sombras
improvisadas en las ruinas del deseo.
POEMA SIN NOMBRE

Como desarraigados truhanes
los perros callejeros deambulan por las calles.
No permanecen en ningún lado.
No hay amo, ni dócil ni autoritario,
que sea capaz de someterles.
Prefieren la intemperie, el hambre,
el acoso de los autos,
las patadas de los transeúntes
y hasta la amenaza constante de morir atravesados por los colmillos
de uno de sus propios congéneres.
Es la ley de la ciudad.
Las calles son largas,
los aleros de los techos son cortos.
Entre desechos putrefactos
quieren rescatar un hueso
o algo que se le parezca para mitigar
la fatiga de muchos días
de andar sin rumbo en busca de la salida
del laberinto de asfalto que sólo les depara
miseria, soledad y olvido.
GALLINAZOS

Parientes indeseables
del ostentoso cóndor de los Andes,
Los gallinazos,
dueños de unas alas recias
que ponen a su alcance
las montañas y los cielos,
han optado por una vida de austeridad
cerca de los hombres.

Amos de los cielos urbanos,
desdeñan las virtudes
de la vida solitaria en la fría cordillera
para compartir el espacio de la ruina
con indigentes y ratas.

Dinosaurios citadinos que trocaron
antiguos hábitos carroñeros por días enteros de planear sobre el barullo de la ciudad
para retozar en torno de nuestros desperdicios;
con su actitud tranquila,
siempre mudos comensales, mudos testigos,
los gallinazos ponen de manifiesto
la rotunda paradoja que entraña
la cacareada aventura humana
hacia ninguna parte.

LOS ADOLESCENTES

se mueren todos los días
de mil formas distintas.
Sólo que hay días
tan terriblemente bellos
que pierden todo rastro
de humano sentimiento
y extravían
el camino a casa.

*JJ.Guzmán Abella. Poeta colombiano. Miembro activo de la revista "Luna Nueva" de Poesía que dirije Omar Ortiz.
Profesor de Español y literatura egresado de la Universidad del Quindio.

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