Wednesday, December 27, 2006

NUEVOS TEXTOS VIEJOS LIBROS






NOS ESTÁN ENVENENANDO.

Gregorio se quedó mirando el plato y dijo:
“Nos están envenenando...”
Yo le metí el diente al filete y luego a la rodaja de tomate
y me supo a gloria.
Bueno el hambre apretaba y no había por que rechistar.
Pero Gregorio decía:
–“Mire,... tomates con DDT y pescado con mercurio.
Ya sabes ellos almacenan más el mercurio,... ¿en dónde?
En sus panzas por supuesto.
Pescados de cuatro cabezas.
Tienen patas como hidras, pescados envenenados, densos en metales pesados, y claro luego las gaviotas, sin contar el petróleo, ya son miles las toneladas de petróleo lanzadas al mar, y por eso mueren los peces envenenados...” – Entonces vi al delfín negro envenenado,
ya no podría saltar ni ejercer sus piruetas del mar con la gracia de un bailarin de ola salada. Y me dio pesar.
Volví a hincarle el diente a la lechuga,
Pensé: ¿Estará bien lavada
o tendrá gusanitos bailando una danza bermi-fuga?,
Gregorio arrojó restos de su filete a un perro
(que hacia tiempo merodeaba con su esqueleto cubierto por una piel sarnosa y amarilla, y que trataba de tomar una bocanada de aire contra la tarde parda y cenagosa).
Luego, mascó el tomate sin la cáscara, de mala gana.
Chorreó la salsa por su gaznate.
Pidió a la camarera una cebolla y un puerro, una calabaza y una zanahoria.
–“Mira cómo la cebolla se protege, con miles de hojitas, de capas –me dice– láminas delgadas, poderosas y elásticas. Transparentes como un libro de dureza vegetal...”–Por un momento creí ver la emanación de un pequeño Dios reducido a esa monada tuberosa y vegetal, pero el aliento de ajos de mi amigo fantasma Gregorio rompió el encanto.
–Sí– le digo yo, casi terminando,
Casi atragantado, casi rompiendo el plato de plástico.
Miró de repente Gregorio el plato de plástico. Dijo:
–“Veneno,... o cerámica o nada,
y eso sí, sin esmaltes plúmbeos” –. Por la ventana del humilde restaurante la tarde amenazaba una tormenta.
Dos mendigos miraban a través de una ventana sucia,
con moscas Bogotanas.
De sobremesa café negro, y cigarrillo con menta.




VISITA DEL VIERNES

Yo me quedé así recostado dejando que el tinto resbalara garganta abajo, buscando el estómago frío. Claro, no lo niego, también eran ganas de radio bemba, del chisme, del correveidile, de saber adónde se había ido la muchacha de la falda de flores, la muy espigada y siempre en flor, cosechera de la primavera.

La madre se quedó mirando la ventana como sin un barco lejano alzara el vuelo sobre nubes de cerúleos óleos espesos.
Un lienzo embadurnado por un dios goyesco en la quinta del sordo estelar.
–Sí, cómo saberlo...,
Mando una postal desde Londres...–
–Me dijo al fin–. Era una postal bonita con esas casas antiguas de torres de piedra... ¿Cómo es que se llaman?. ¿Castles?
– si, Castillos– le dijo el,
Mejor dicho le dije yo, ...
y se quedó mirando el humo del cigarro que se iba hacia una tarde, en donde la lluvia parecía entrar con música de invierno.
–No sé, a lo mejor si era un castillo –. Le respondió la mujer, que siguió con su café sin dejar de mirar por la ventana– Me decía en sus cartas, que había fantasmas y vajillas de platas que se movían en la noche con sus reflejos de lunas quebradas.
Y luego desde Italia. Ud. debe saber joven que ella era una mujer que no le gustaba quedarse quieta en un solo sitio, además su belleza se lo impedía, ¿cómo se iba a quedar una mujer tan bella ella, pelando papas y friendo filetes de cordero para un tendero?... Así fuese un granjero, ella no estaba para esas cosas. Ud. sabe cuando se tienen sueños y cosas así,...¿cómo decirle,..cómo decirlo...?
Había una ciudad sobre un río o sobre el mar... tal vez un lago
-¿Venecia?
–Sí Venecia...¿Cómo lo sabe?, ¿ella también le escribió?.
–No señora, nunca... Pero esas cosas están en los libros de geografía, usted sabe señora. No es que haya leído mucho, pero a veces, la curiosidad...
–Ah, sí, y luego desde un país del que sí recuerdo el nombre,
Grecia...Yo de niña siempre soñé con ir a Grecia...No sé ni dónde queda pero me la imagino,
bueno ella...
Lucia pálida y delgada pero parecía feliz, me mandó unas fotos desde una playa rocosa con un mar de azul intenso,...
No, mares por aquí no se ven así de azules, como de película.
(y me pasó una foto en donde ella lucía como una sirena del Egeo, tal vez más delgada y pálida, pero a mí me parecía una sirena del Egeo, con sus cabellos largos y negros y sus piernas afiladas y bruñidas sobre una roca blanca. Y pensar que de niños comíamos tamarindos, mangos, chontaduros...)
–Después desde Egipto.
continuó su madre sin dejar de mirar por la ventana.
–¿Quiere más café joven?
–No señora muchas gracias.
–Estaba con un hombre gordo de mostachos y ella ya estaba muy cambiada; mírela. (Me pasó una fotografía, en donde se veía robusta y claro, mucho más morena.)
Pero ahora...–continuó la madre– no sé,... hace dos años y ya no envía nada, ni una carta,
ni una llamada, ni siquiera una postal con las pirámides de Memón.
–¿De Keops tal vez señora?.
–Eso, de Keops.
Luego la señora se quedó callada por varios minutos, como tejiendo una frase que nunca llegaba a engarzar en las agujas del tiempo. –¿Y usted?– Me preguntó por fin.
–Ahí en la fabrica usted sabe señora, casi diez años y bueno.... Uno va envejeciendo como un animal de factoría, señora. Es un buen puesto, no me puedo quejar... A estas alturas ya casi ni recuerdo.
–Es mejor –me dijo–, es mucho mejor que olvide joven–.
–Sí señora, es mucho mejor... Sí señora –. Le respondí.

Y seguí mirando la fotografía de la sirena sobre la roca del mar Egeo. Parecía que sus cabellos ondearan por la brisa...
Al final creo que me sonreía.



LOS OFICIOS DEL POETA



–“Los poetas deberían casarse con mujeres delicadas para los menesteres olímpicos del lecho
fuertes y sabias en los oficios culinarios”–,
dijo un bardo cuyo nombre no recuerdo
y es verdad, porque los poetas hechos de pintura, de barro o tinta
trabajan hasta tarde, casi no duermen en las acostumbradas horas, y por las mañanas siempre sueñan.
No gustan a las corrientes mujeres, los alucinados ojos
que emergen de recientes pesadillas; náufragos los ojos…. Los ojos del poeta.
Pero los poetas reconocen que hay oficios irremediables
que se amontonan detrás de las puertas y dentro de los escaparates
señalándolos día tras día. Oficios terrenales que les muerden la garganta como un vampiro
y no les dan tiempo libre para lo que más les gusta que es:
El no hacer,... O la casi nada.
Porque los oficios del poeta no se pueden contabilizar, por ellos no se paga la más irrisoria suma y con poemas no se puede pagar en las tabernas, en los burdeles, o en los restaurantes más humildes.
Los poetas se tendrían que casar con mujeres de especial sensibilidad
que los dejaran podrirse entre papeles,
libros antiguos, y grimorios con las formulas exactas para seducir a la luna,
esculturas y pinturas con olor a trementina,
mientras ellas broncean sus pieles de iguanas recién restauradas a la orilla de una piscina azul.

Es por esto que, los poetas sin fortuna y sin suerte deberán ser sus propios y solícitos esclavos,
lavar sus modestas ropas,
sus calzoncillos de hilo blanco, preparar sus raciones de faquir en las horas despistadas.
La disciplina draconiana no se hizo para ellos
y la asepsia es cuestión de estética, más que de ética saludable.
La soledad forja livianos y fuertes sus huesos,
los hace altivos, pletóricos de canciones y poemas,
además, en medio de este ascetismo siempre es posible una consignación seminal cada tres meses.
Pero, hay poetas que se pierden en el laberinto de los oficios contables y reales.
No encuentran el camino hacia su guarida de sueños,
pierden los callos de sus manos , suben de peso como señoras otoñales,
y a veces se dan cuenta
demasiado tarde.


DEL LIBRO
“ SOBRE EL JARDIN DE LAS DELICIAS
Y OTROS TEXTOS TERRENALES”

0 Comments:

Post a Comment

<< Home